Educarnos para la democracia

Xavier Zavala Cuadra

Páginas tomadas de mi libro
La democracia en nuestra historia
Libro Libre (San José Costa Rica) 1994.


Al terminar este recorrido de los diversos intentos de reconciliar la libertad con el orden y la autoridad —intentos que fueron llevando a los hombres poco a poco al modo de convivencia que llamamos democracia— una especie de conclusión queda en la mente: se trata de un sistema político que, parece natural al ser humano, pero es natural sólo cuando se tienen ciertas ideas, ciertas creencias, ciertos valores, ciertas actitudes, es decir, cuando se tiene una peculiar cultura, la cultura de la democracia.

"Los caudillos escogieron, casi siempre con buena fe, la ideología más a la mano, la que estaba en boga en aquellos años. Aquí aparece la gran hendidura: no había una relación orgánica entre esa ideología y la realidad hispanoamericana. Las ideas nuevas deben ser la expresión de las aspiraciones de la sociedad y, por tanto, tienen que ser pensadas y diseñadas para resolver sus problemas y responder a sus necesidades. Así pues, es indispensable que, antes de la acción política, las proclamas y los programas, la colectividad experimente un cambio interno. Un cambio en las conciencias, las creencias, las costumbres y, en fin, en la mentalidad profunda de los agenes de la historia: los pueblos y sus dirigentes." (Octavio Paz)

Los antiguos atenienses la fueron adquiriendo, pero incompleta y su democracia degeneró en caos. Los hispanoamericanos no la teníamos cuando nos constituimos en repúblicas y el resultado fue el baile de máscaras de que habla Paz, porque no habíamos tenido "un cambio en las conciencias y en las mentes". Hoy, hablando en general y exceptuando en parte a los costarricenses, la tenemos a medias: queremos democracia, pero no la hacemos. Los costarricenses la quieren y la hacen en parte. Quererla y no hacerla apunta a que no nos han penetrado suficientemente las creencias y la actitudes requeridas para caminar democráticamente en la vida política.

Quienes queremos vivir en democracia, por tanto, debemos educarnos para ello. Y puesto que lo adquirido se puede perder y, además, siempre se puede mejorar, en esto parece que no caben excepciones. Incluir tal educación en los programas escolares y universitarios, continuarla toda la vida con lecturas, reflexiones, ejercicios —tal vez en pequeñas asociaciones o grupos— como lo hacen lo que quieren ser buenos médicos, buenos arquitectos, buenos empresarios, buenos pianistas, buenos pintores. El punto de partida es comprender que pensar y actuar democráticamente es una habilidad que, como todas las otras, requiere conocimientos y práctica.

No basta que algunos dirigentes tengan las creencias y las actitudes de la democracia. Es la gran lección que nos da Shakespeare cuando afronta el problema humano de la dictadura en su obra Julio César. Los mejores ciudadanos de Roma se deciden a terminar con el mal, para ellos encarnado en César. Cuando Bruto sale a la plaza para anunciar al pueblo que ya es libre porque han matado a César, el pueblo entusiasmado responde "Hagámoslo César". El pueblo quería césares. El mal estaba en el pueblo.

No bastan tampoco las ideas solas. Es necesario que las ideas se transformen en creencias, las creencias en actitudes, las actitudes en acciones y las acciones en costumbres. Es la gran lección de Tocqueville: para que la democracia dure importan más las leyes que las circunstancias del país, y las costumbres más que las leyes. El observador de fuera que ha tenido la suerte de vivir por algún tiempo en Costa Rica advierte que la fortaleza mayor de su democracia está en las costumbres diarias de las mujeres y hombres que la hacen, comenzando con el afán de limar las aristas de las palabras mismas para hacer un tanto más tolerable a todos la normal aspereza de la convivencia y de la vida en general.

Las formas de gobierno son reflejo de las formas de convivencia de los pueblos. Las formas democráticas de gobierno florecen naturalmente en pueblos que conviven con formas democráticas. Las formas dictatoriales de gobierno son las aristas más visibles de pueblos que conviven dictatorialmente. Los pueblos que conviven democráticamente tienen un conjunto de creencias, unos modos de ver y valorar a los demás y a los acontecimientos, unas actitudes o virtudes, unos modos de actuar y comportarse, unos tonos al hablarse, preguntarse y responderse, muy distintos de los que tienen los pueblos que conviven dictatorialmente. Es lo que podemos llamar la cultura cívica de la democracia, distinta, muy distinta de la cultura cívica de la dictadura. Esta última es primitiva, de hombres que hablan pero sus voces están más cerca del ladrido que de la palabra, sólo dictan, no dialogan; cultura más cercana a la bestia que también somos; de ahí que con frecuencia se manifieste en destrucción y muerte (en la obra Julio Cesar de Shakespeare, el pueblo de Roma destruye y mata). La cultura de la democracia, en cambio, es cultivo de altura, fruto de inteligentes renuncias y de inteligente empeño por dar aún mejores formas al modo de vivir y convivir; de ahí que requiera educación, educación y ejercicio permanente, como una buena voz, como un buen canto.


Regresar a página principal


Página preparada por
Asociación Libro Libre
Apartado 1154-1250. Escazú. Costa Rica. América Central.
E-mail: librolibrecr@gmail.com